domingo, 3 de julio de 2011

Tiempos Liquidos. Zygmunt Bauman



Que vivimos en una época de incertidumbres, de dudas, con pocos asideros a los que agarrarnos cuando hay tormenta, es algo que ya casi nadie discute. Llegué a este libro a raíz de la lectura de una entrevista con Gaspar Llamazares, en la que hacia mención al sociólogo polaco. Días después curioseando en una librería encontré el libro y no pude resistirme. Lo he leído ya tres veces y en él Bauman hace un análisis de la sociedad en que vivimos, una sociedad en estado liquido, donde nada perdura, donde estamos sometidos a continuos cambios. Una sociedad que como un video clip funciona en el plano corto, cortísimo, las noticias vuelan, los conocimientos caducan antes de haberlos asimilado. Una sociedad en continuo estrés, alejada de la reflexión y obligada a la acción continua. Una sociedad, en definitiva, que se atomiza en seres individuales cada vez más aislados, cada vez más atenazados por el miedo, cada vez más insensibles e insolidarios, pues la sensibilidad y la solidaridad no cotizan en bolsa.
Pero ¿como hemos llegado a esto? ¿donde está el foco de esta incertidumbre?, Bauman pretende en este libro hacer un diagnostico que permita una respuesta a este caos. En la introducción fija los conceptos básicos “al menos en la parte desarrollada del planeta se han dado, o están dándose ahora, una serie de novedades no carentes de consecuencias y estrechamente interrelacionadas, que crean un escenario nuevo y sin precedentes para las elecciones individuales, y que presentan una serie de retos antes nunca vistos”. ¿Qué novedades son estas?, Bauman, las resume en cinco:

1ª- Paso de la fase sólida del Estado a la liquida, con la pérdida de puntos de referencia para las acciones humanas, con la pérdida de perspectiva. “las formas sociales ya no pueden mantener su forma por más tiempo, porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas”.

2º- Separación entre el poder y la política. El poder encarnado por los mercados funciona a nivel global, mientras que la política solo logra funcionar a nivel local sin capacidad para controlar los cambios. “Gran parte del poder requerido para actuar con eficacia, del que disponía el Estado moderno, ahora se está desplazando al políticamente incontrolable espacio global”... “ La ausencia de control político convierte a los nuevos poderes emancipados en una fuente de profundas y en principio, indomables incertidumbres, mientras que la carencia de poder resta progresivamente importancia a las instituciones políticas existentes, a sus iniciativas y cometidos, cada vez menos capaces de responder a los problemas cotidianos de los ciudadanos del Estado-nación, motivo por el cual éstos, a su vez, prestan menos atención a dichas instituciones”. Esto trae consigo una continua delegación de las responsabilidades del Estado a la iniciativa privada.

3º- Supresión o privatización de los seguros o medios utilizados por el Estado para mantener la cohesión social y paliar el fracaso individual socavando el más mínimo concepto de solidaridad. “La exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes suscita y promueve la división y no la unidad; premia las actitudes competitivas, al tiempo que degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que deben abandonarse o eliminarse una vez hayan agotado sus beneficios”.

4º- Desaparición de la planificación o los proyectos a largo plazo. Todo cambia tan rápidamente que los méritos alcanzados carecen de valor, solo interesa el presente, la experiencia ya no es un grado, es un lastre por improductiva. “Cada paso sucesivo necesita convertirse en respuesta a una serie distinta de habilidades y una distinta organización de los recursos con que se cuenta”.

5º Se prima la responsabilidad individual. El individuo se convierte en el único responsable de lo que hace o deja de hacer. Las normas sociales pierden fuerza en aras del éxito individual, todo o casi todo vale, es la lucha por la supervivencia, sobrevive el ágil, los escrúpulos sobran. Son los tiempos de la flexibilidad, concebida como: “la presteza para cambiar las táctica y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas.”

Una vez planteadas estas novedades sociales que configuran los tiempos líquidos en que vivimos, Bauman dedica el libro a analizar como ha cambiado el mundo, un mundo en el que nadie puede escapar a ninguna parte, pues no hay lugares ignotos, se ha configurado una comunidad global interrelacionada por los medios de comunicación que llegan a cualquier rincón. Una comunidad donde las desigualdades sociales son más evidentes, más palpables y más profundas. Una comunidad donde ha desaparecido el principio de soberanía territorial, donde el comercio, el capital, la información y la delincuencia se mueven a sus anchas, desmantelando las mínimas estructuras que permiten a la población de un país vivir segura.
Las fronteras han sido vulneradas por la globalización negativa, causa de injusticias y violencia. Todo ello ocurre bajo el auspicio de organismos internacionales como el FMI, la OCDE y el Banco Mundial. Esto trae consigo la implantación del Mercado sin fronteras y su reverso, el nacionalismo fanático (fascismo, integrismo religioso, terrorismo, xenofobia). Esta dialéctica desencadena el miedo, el miedo como falso elemento aglutinador, que provoca la perdida de derechos civiles y políticos con tal de salvaguardar la seguridad.
El miedo se ha instalado y satura nuestros hábitos diarios, nos vuelve inseguros, hipocondríacos y obsesionados por el bienestar. Desconfiamos de todo y tendemos a crear un bunker que potencie nuestra seguridad individual que es lo importante. El miedo se convierte en el eje de una estrategia comercial, en el centro de una gran industria.
Las ciudades que eran el lugar donde las tasa de interacción y comunicación humanas eran más altas, se convierten en la principal fuente de miedos, las viviendas en vez de integrar a las personas en sus comunidades, se diseñan para aislarlas, defenderlas de los extraños. Los pudientes se alejan de la ciudad hacia barrios residenciales fuertemente protegidos. La arquitectura en vez de facilitar el encuentro, busca interceptar y repeler al intruso. Las ciudades se polarizan, la seguridad se privatiza, los espacios públicos se degradan, el ocio y el comercio se trasladan a centro cerrados fuertemente vigilados. El todo terreno, vehículo inexpugnable, se convierte en un símbolo de poder, da seguridad. Lo paradogico, es que esto ocurre en las sociedades avanzadas, las sociedades más seguras que han existido, pero que crean a los individuos más vulnerables. Individuos obsesionados por la búsqueda de la seguridad absoluta, individuos desconfiados y susceptibles porque han perdido los vínculos sociales, individuos con una gran inseguridad existencial.
El estado en la época solida gestionaba el miedo e impedía su proliferación mediante una red protectora, que aunque no redistribuía la riqueza al menos auxiliaba, frente a la desgracia individual. Era un sistema de protección que permitía confiar en el futuro y desterrar temores, los trabajadores podían confiar en su oficio y en la colectividad, la solidaridad era una bandera. Pero si la sociedad no garantiza el futuro, el miedo a la exclusión destruye el compromiso político con la democracia. Si los derechos sociales son papel mojado, desaparece el interés por ejercer los derechos políticos. Si los miedos se gestionan de una forma individualizada, porque se considera que la gestión pública es una rémora, la competencia sustituye a la solidaridad, los vínculos colectivos se diluyen, la integración deja paso a la exclusión.
En la desgracia individual dejan de primar las causa sociales. El parado se convierte en un ser superfluo, el anciano en una carga, el emigrante en un delincuente y la vida en una transacción comercial.

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